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Recortes sobre José Luís Peixoto e a sua obra.
¿Qué es lo primero que se debe preguntar a un poeta deslizado hacia la narrativa como José Luís Peixoto? Por la música, por qué otra cosa si no. ¿Hay una música relevante en sus relatos? ¿Una melodía reconocible?
"La idea de la música en la prosa está siempre presente para cualquier persona que quiera escribir y, sobre todo, para cualquiera que quiera escribir y tener un control sobre lo que escribe. Lo de control hay que ponerlo entre comillas porque nunca es real. La música es siempre una ambición, está condenada a no cumplirse. Es una de esas palabras como amor o libertad... ¿Que si tengo alguna música en la cabeza para mis libros? Mire, yo ya tengo más de 40 años, escucho música mucho más variada de lo que escuchaba cuando era más joven. Pero hay un secreto en mi vida: siempre he estado muy vinculado al rock... al rock pesado. Sé que seguramente no sea eso lo que esperan los lectores. No sé si la gente que se pueda interesar por mis libros se sentirá un poco asustada con esto del rock pesado".
¿Escribe Peixoto como un metalero cuarentón? Bueno. Depende de las expectativas de cada lector, de cada oyente. Galveias la nueva novela del escritor portugués (editado con el sello de Random House) es áspero, polvoriento y escueto, pero también es evocador y dulce. Hay vísceras de perro, olor a azufre, intentos de violación, motos trucadas, prostitutas brasileñas, disparos en la madrugada... Muy en resumen, a lo largo de las 244 páginas del relato se van trenzando las vidas de los habitantes de Galveias, un pueblo del interior de Portugal que existe realmente y que fue el lugar en el que nació y creció Peixoto. "Me fui a los 18 años, a estudiar a Lisboa. Hasta ese momento, no tuve otro sueño que el de irme del pueblo. Después, comprendí la importancia que tiene Galveias en mi vida. Ahora sigo yendo. A mis hijos les gusta, les asombra la libertad de la que gozan cuando van al pueblo. Veo a mis hijos y me parece trágica la falta de libertad que hemos aceptado". Peixoto, se ha contado mil veces, lleva tatuado en el brazo derecho Yoknapatawha, el condado imaginario de William Falkner. Queda todo más claro, ¿verdad?
-¿Y por qué llamar a ese pueblo Galveias y no Galveiatawha o cualquier otro nombre inventado?
-Para mí, tener una referencia real era muy interesante. Ahora estamos hablando de Galveias y, en este mismo momento hay gente que camina, va a trabajar y sigue con su vida en Galveias. Que sea ficción y que sea realidad, era irresistible para mí.
El otro marco de la novela es 1984, el año en el que ocurren los hechos de la novela. "Era una época de inocencia en Portugal. Estaba la gran esperanza de la Comunidad Europea y habían pasado 10 años desde la Revolución de los Claveles. Pero, al mismo tiempo, era una época en la que un pueblo así podía ser retratado encerrado en sí mismo. El protagonista no es el momento histórico, es el pueblo".
El relato empieza en enero, con un meteorito que cae en una fina del lugar. ¿Un meteorito? parece el presagio de una sucesión de páginas mágico-tremendistas, como de pueblo manchego en una película de José Luis Cuerda. Sin embargo, Galveias es estrictamente realista. ¿Por qué ese equívoco? "Fíjese que ésta es una novela en la que todo está muy nombrado. Los nombres de las calles, de las personas, de los perros... Lo único que no tiene nombre es el meteorito. Ni siquiera aparece la palabra meteorito, se habla de 'esa cosa', 'esa mierda'. El meteorito funciona así, como una presencia turbia que contrasta con todo el relato. No es un cimiento sobre el que construir un puente. Más bien es una nube".
El viaje que empieza con esa nube astral termina con un asesinato. En medio queda un montón de sexo sórdido, nada dulce. "Esta novela tiene una dimensión social y ahí entra la gran diferencia entre el lugar que tienen el hombre y la mujer. Es un tema muy ibérico", explica Peixoto. "Pero, a veces, también hay cierta delicadeza y cierta ternura".
Al final, es lo de siempre: en las ciudades nos gusta el campo para pensar en él como una arcadia naíf o como un escenario grotesco. Y ni una cosa ni la otra. "la ruralidad nos ayuda a pensar el punto en el que estamos. El mundo cambia a toda velocidad, más rápido de lo que podemos asumir y nos deja sin referencias. En cambio, en el campo, las referencias están claras, los cambios son naturales y nos parecen justificados y comprensibles. Hoy en día, lo rural es revolucionario".
José Luis Peixoto, considerado uno de los grandes escritores actuales de una tierra de grandes escritores —Portugal— estuvo en Uruguay (en Rivera y en Montevideo) a presentar Cementerio de pianos editada por la uruguaya Casa Editorial Hum que ya le había editado Historias de nuestra casa en 2009.
Durante su visita a Montevideo, en la que estuvo en el Filba y en la Feria Internacional del Libro, Peixoto —quien nació en 1967 en Galveias, cerca de la frontera con España, por lo tanto habla en un español más que decente— charló con El País.
—Hace 10 años que publicó Cementerio de pianos. ¿Cómo es su vínculo con ese libro?
—Habla de aspectos muy personales y con los cuales me vinculo de una manera muy íntima. Es un libro que trae todo el tema de la familia y que cuando lo escribí en algunos puntos muy relevantes lo trabajé desde mi propia experiencia. Por eso sigue teniendo mucha importancia y algunos aspectos son etapas de un camino que me hizo llegar a donde estoy. Es muy fácil hablar de él.
—¿Por dónde empezó con esta novela? ¿Con la historia, con la forma?
—Es una novela que escribí en dos momentos. Tenía un punto de partida que es el primer capítulo con un narrador que habla de su muerte que se superpone con un nacimiento. Después todo lo que es del nivel de la ficción, lo elaboré a partir de ese inicio. La escribí con algunos aspectos muy determinados pero llegué a un punto donde me quedé atrapado en cuestiones como la dimensión histórica de Francisco Lázaro. Así que volví a escribir todo más centrado en el núcleo de la novela que tiene que ver con cuestiones que no son la descripción biográfica de Lázaro, a quien, además, saqué de su tiempo histórico.
—Alguien ha dicho que su literatura "huele" a Juan Rulfo. Más allá de lo feo de la imagen, ¿usted siente que en esas voces de los muertos, por ejemplo, hay algo de Rulfo en Cementerio de pianos?
—Escribí mi primera novela muy joven y la publiqué a los 26. Y ya entonces se hablaba de una influencia de Rulfo. Y yo no lo conocía. Así que lo empecé a leer (lo primero fue Pedro Páramo) y quedé muy impactado. Para esta novela ya tenía consciencia de Rulfo, un escritor que a mí me dice mucho. No sólo por eso de las voces, sino por su ruralidad elemental y mitológica. Para mí es muy elogioso que me comparen con Rulfo, pero es cierto que todos los libros que uno absorbió son influencias para bien o para mal.
—A veces no se es consciente de lo importante que es la cultura portuguesa. En el cine están Miguel Gomes, Pedro Costa, antes Manoel De Oliveira. En la literatura Pessoa, Saramago, Lobo Antunes. ¿Por qué se da eso?
—Hay una tradición muy fuerte y es un poco como en Cementerio de pianos donde están los padres y los hijos y las generaciones dan lugar unas a las otras. Eso tiene algo que ver. Es verdad que las generaciones anteriores son de gran calidad y cuando uno ve un Fernando Pessoa en una literatura es una señal...
—¿Y no es un peso?
—No creo. Igual para cualquier escritor en cualquier parte del mundo escribir y publicar siempre es una osadía. Es ponerse al lado de cosas del pasado pero también del presente porque los libros siguen ahí. Publicar un libro nuevo siempre es tener esa ambición de afirmar que ahí hay algo para acrecentar lo que ya existe, que es distinto y que vale la pena. En el caso de Portugal, es importante considerar esa herencia: no se puede escribir en portugués ignorando a esos maestros.
—Y no hay una actitud parricida.
—Nunca la tuve. No sé por qué. Históricamente hay un aspecto muy curioso sobre mi generación: nacimos en los años del fin de la dictadura y en un cambio muy grande en la sociedad portuguesa. Crecimos en una época en que Portugal cambió muchísimo y ese fue el parricidio. Fue natural.
—Usted publicó Dentro del secreto, su crónica sobre un viaje a Corea del Norte. ¿Cómo fue eso?
—Me interesó como desafío. No solo el tema sino la manera de tratarlo ya que tiene una diferencia muy grande con mi literatura que es muy personal y ligada a la familia, a mi espacio de origen y a esa realidad rural. Alrededor de 2011, después de publicar Libro, tenía ganas de hacer algo diferente y se me ocurrió ir a Corea del Norte. Describe un viaje que en realidad son cuatro viajes, que habla de la realidad de ese país tan lejano, diferente, y que genera tantas dudas pero también de nosotros, de cómo vemos al otro, incluso de cómo interpretamos la información y cómo determina lo que imaginamos del mundo.
—Usted viene del Portugal rural y eso es una presencia en su obra. ¿Es una mirada nostalgiosa?
—De alguna manera sí. Tiene que ver con dos aspectos. Uno es que yo salí ahí y de adolescente era lo que quería, pero después que lo hice pude reconocer las cosas buenas que tenía y que perdí al irme.
—¿Y una nostalgia por otro Portugal?
—Hay una reflexión sobre el Portugal del interior. Somos un país desequilibrado con un desarrollo distinto en el litoral y el interior cada vez más envejecido y sin esperanza. Es muy duro cuando voy a mi pueblo y veo que el año pasado murieron alrededor de 50 personas y nacieron dos. Y eso que es un pueblo que mantiene una escuela, pero los otros ya no tienen niños. Yo tengo la oportunidad de llamar la atención de que si hay una visión de todo el territorio, todos vamos a ganar. Y desde lo cultural, ahí hay mucho que necesitamos como portugueses: ahí está lo que nos hace ser nosotros.
Un autor elogiado con una novela a atender
José Saramago dijo que "Peixoto es una de las revelaciones más grandes de la literatura portuguesa".
Más allá de elogios de un Nobel, Cementerio de pianos, una historia familiar en varios tiempos —que incluye al corredor olímpico portugués Francisco Lázaro, muerto en los juegos de 1912— está muy bien y muestra a Peixoto como un gran autor. Saramago tenía razón.
CEMENTERIO DE PIANOS
Autor: José Luis Peixoto Editorial: Casa Editorial Hum
El silencio y la furia
Como si fuera uno de sus propios personajes, José Luís Peixoto siente todos los años que pasaron, las historias de las que se fue despojando, los lugares que ha perdido, como se pierde una cosa, y sin poder olvidarlos. Casi como un personaje onettiano, Peixoto reflexiona desde un silencio que lo antecede. Pero, con un gesto definitivo, el escritor exorciza la escena: en el brazo derecho lleva tatuado “Yoknapatawpha”, el territorio mítico y sureño de William Faulkner. Y es que su verdad, al igual que la de Faulkner, siempre será una cuestión de ritmo. Hace tiempo que Peixoto dejó de ser el “nieto literario” de José Saramago y se convirtió en uno de los escritores portugueses con mayor proyección internacional, además de que su obra ha sido traducida a más de 20 idiomas. En Uruguay, Hum ha editado dos libros suyos, Historias de nuestra casa, en 2009 (con textos de 2000 y de 2007), y ahora Cementerio de pianos (cuyo original en portugués es de 2006); en ambos se descubre una narrativa contundente, con la que llega a consolidar verdaderos poemas escritos en prosa.
“Ayer me vinieron a contar que el hijo de Peixoto escribió sobre mí en un libro [...] si estuviera escrito de la manera que la gente acostumbra a hablar, no habría de estar escrito en un libro, ¿no es así? Puedo ser viejo, puedo no saber una letra, pero hay muchas que todavía sé”, se lee en uno de sus cuentos. Sus historias épicas se construyen a partir de una cadencia implacable y una potencia simbólica desgarradora, como en Cementerio de pianos, la novela inspirada en Francisco Lázaro, un carpintero portugués que compitió en la maratón de los Juegos Olímpicos de 1912, desfalleció mientras corría y murió.
“La edad de las manos”, el primer relato de Historias de nuestra casa, ya define esa singular mirada de Peixoto, que por momentos adquiere una autonomía delirante y onírica, y por otros se vuelve un auténtico documento de vida. Otros alternan padres que envejecen, fiebres incendiarias, campos, huertas, cuerpos.Cementerio de pianos avanza a partir de un relato a dúo entre el maratonista y su padre: “Cuando empecé a enfermar, pronto supe que iba a morir. En los últimos meses de mi vida, cuando conseguía hacer a pie el camino entre nuestra casa y el taller, me sentaba sobre un montón de tablas y, sin ser capaz de ayudar en las cosas más simples: igualar el marco de una puerta, clavar un clavo: me quedaba viendo cómo Francisco trabajaba ensimismado, en medio de una niebla de motas de aserrín. De joven yo también era así”, dice al comienzo Francisco Lázaro padre. Se trata de un recorrido a dos voces en el que se va registrando la vida, la muerte y sus continuidades, las distintas versiones del amor, el duelo y las miradas de niños que no comprenden. Así es cómo, a través de los sonidos, los silencios y los vínculos, se va cimentando un mundo increíblemente plástico y multiforme, en el que los personajes comienzan a mimetizarse, como las piezas de esas decenas de pianos en desuso. Se trata de una escritura sobre esas zonas misteriosas, que no conocemos del todo y que se repliegan como un último intento de supervivencia.
¿Recién llegás de Rivera?
-Sí, estuve en una escuela y en un centro de formación [docente]. No tenía idea de que existía un lugar en el mundo donde el portuñol se hablaba de una manera tan sistematizada. En Portugal, cuando hablamos de portuñol es como un chiste, que en el fondo quiere decir que la gente no habla bien español pero lo intenta, y por eso los mezcla. Pero en Rivera es toda una cultura plasmada en esa mezcla de la frontera. Me impresionó muchísimo, sobre todo porque yo nací en un pueblo a 60 kilómetros de la frontera [con España]. Ya tengo para leer la novela Viralata[de Fabián Severo].
Tus personajes son fundamentalmente obreros, ¿tiene que ver con tu proximidad a ese mundo?
-Sí, y esos son mis libros que están disponibles aquí. Ahora está saliendoGalveias [traducido por Pilar del Río, viuda de Saramago] -que es el nombre de mi pueblo-, y es un libro en el que esa realidad está muy presente. La vida de esa región es muy rural, y se trata de una ruralidad en la cual la gente trabaja para otros. Son áreas de latifundio, donde muy pocos son propietarios de la tierra y muchos son los que trabajan para ellos. Esa es la realidad que conozco desde que nací. Como se puede ver en Historias de nuestra casa y Cementerio de pianos, yo empecé por escribir sobre los asuntos que me eran más cercanos, como mi familia o ciertas cuestiones muy íntimas. Así fue como el círculo se amplió: hoy en día ya tengo ocho libros entre distintos mundos y temáticas. Por ejemplo, en mayo salió en España un libro escrito a partir de un viaje a Corea del Norte.
¿Ahí también se puede rastrear a Portugal?
-Sí, claro. En los otros siempre encontramos algo de nosotros mismos. De alguna manera, la literatura siempre busca al ser humano. Independientemente del espacio, de la cultura y del tiempo, lo humano es algo que permanece y que, en cierta dimensión, todos compartimos.
¿Cuánto determinan a tus personajes esos paisajes rurales o pueblerinos?
-En lo personal, y por mi experiencia, ese es un tema que me habla mucho. La cuestión de lo rural y lo urbano implica ciertos aspectos que, cuando uno los profundiza desde lo más absoluto, pueden llegar a lo mismo. Pero el hecho de considerar la ruralidad implica una visión de cuánto influye la proximidad de la naturaleza, o el alejamiento de ella, en el modo en que uno vive y entiende la vida. La vida pueblerina tiene ciertas características que la diferencian de la vida en la ciudad, y creo que una de las más importantes y fundamentales es esa de la proximidad con la naturaleza. Porque ese acercamiento se percibe en cómo uno entiende la muerte y el tiempo. Hay otros aspectos también importantes, por ejemplo en la dimensión social, como el hecho de vivir en una comunidad en la que todos se conocen, con lo que tiene de bueno y de malo, por la vigilancia y por cuánto el colectivo condiciona opciones y libertades. Para mí eso se vuelve muy natural, no sólo por lo que Portugal tiene de urbano y de rural, y por el contraste entre esas realidades, sino también porque crecí en un pueblo de 1.000 personas y hace 20 años que vivo en Lisboa.
En Cementerio de pianos, Francisco Lázaro es un hombre pobre que sólo se hace visible mediante su participación y muerte en los Juegos Olímpicos.
-Él es un símbolo nacional: por un lado, es muy interesante el hecho de que haya formado parte de la primera representación de Portugal en los juegos. De alguna manera, es una metáfora de un país bipolar, extremamente entusiasta, determinante y optimista; y luego muy derrotista, con un desánimo insoluble. Francisco Lázaro también tiene esa dimensión. En la novela, él desempeña un papel estructurante, sobre todo en lo que es esa familia. En Portugal, Francisco es un personaje que la gente no conoce muy bien; muchas veces se dice “ah, sí, ya escuché esa historia”, pero no es un relato presente a nivel popular. A su vez, él es una señal de su tiempo, porque en aquel momento Portugal vivía su primera república, después de salir de la monarquía, y el principio del siglo XX fue un período muy convulsionado de la historia portuguesa. En la novela decidí distanciar a Francisco Lázaro de su tiempo histórico; en ningún momento se hace referencia a que están en 1912, como ocurrió en la realidad.
También hay otros personajes que comparten esas características, sobre todo las mujeres, que por momentos pueden dar señales de una desolación total, pero en general se vuelven resilientes.
-En cierto modo eso es un reflejo de lo que representan las mujeres en el Portugal tradicional: un ambiente colmado de diferencias, una sociedad en la cual las mujeres y los hombres tienen lugares muy asignados. También tiene que ver con el lugar de los géneros como se entiende en una sociedad católica. Portugal es un país donde más de 99% de la población es católica. Toda esa manera de mirar el mundo es la que está muy presente. En lo que respecta a las mujeres, hay un respeto de las normas sociales, pero eso no significa, necesariamente, que las mujeres sean débiles. Y como ocurre en tantas otras sociedades del mundo, muchas veces las mujeres no tienen un rol tan reconocido, pero son el pilar de la mayoría de las cosas, y eso es lo que está más desarrollado en la novela. Incluso en las historias son el pilar que sostiene a los hombres y a sus debilidades, que muchas veces son tabú, de las que no se puede hablar, que no se pueden mostrar mucho, pero que, cuando surgen, en realidad son las mujeres las que se sacrifican para que ellos puedan mantener su posición de fuerza.
En un momento, en la novela se dice “El tiempo no tiene voluntad, tiene instinto”, y los personajes parecen seguir ese mismo rumbo de impulso.
-Sí, en la novela hay una tesis que la atraviesa, y que tiene que ver con las generaciones y con lo que uno hereda del pasado. No somos de generación espontánea. Hay muchas cuestiones que llevamos con nosotros casi que por herencia de nuestra civilización. Cuando nacemos, formamos parte de determinado medio, de una determinada sociedad, de la cual adquirimos valores y aprendemos maneras de mirar y comprender el mundo. Años más tarde, cuando ya tenemos conciencia y nuestras propias ideas y visiones, ya estamos condicionados por esa matriz. Es cierto que tenemos la posibilidad de rechazar muchas prácticas, pero también es cierto que la matriz se define desde muy temprano, de manera que muchas veces no tenemos conciencia de eso, y tampoco se vuelve una decisión personal. Por eso el libro también habla de la familia; si bien en la realidad la mayoría no es tan estructurada como esa, es un ejemplo que se vuelve sugerente.
Es sugerente acerca de lo generacional, y también de lo efímero de la vida: “A la hora de poner la mesa éramos cinco [...], mientras uno de nosotros esté vivo, seremos siempre cinco”.
-Cuando hablaba de la proximidad con la naturaleza en los pueblos, creo que esa es una de las cosas que hacen mucho la diferencia. Si vivís en un pequeño pueblo, conocés a muchos perros, y los perros mueren; tenés un conocimiento largo de gente de muchas edades, y la gente se muere. La muerte se vuelve más presente, porque la muerte en sí misma es natural. Es totalmente antinatural mantener a las personas vivas indeterminadamente. Y nosotros vemos -aunque siempre sea un tema sensible- que hoy en día la mayoría de las personas llegan a sus últimos años viviendo de una manera antinatural. No sé cómo es en Uruguay, pero en general las muertes son en hospitales, lugares donde se prolonga la vida sin importar su calidad ni si todavía sigue siendo una vida, ni si realmente se conservan las características esenciales de lo que realmente es estar vivo.
Pero a la mayoría de los personajes les pesa eso que comienza a faltar y que se pierde para siempre, sobre todo en Historias de nuestra casa.
-Esos cuentos pertenecen a dos libros distintos, Te me moriste [su primera novela, de 2000] y Cal [2007]. Lo que todos los relatos tienen en común es el hecho de que los protagonistas siempre son mayores, tienen 70, 80 años. Y muchas veces pertenecen a un mundo rural. Algo muy impresionante que viví desde mi niñez es la convivencia con gente muy mayor. Una característica muy marcada de mi región es el envejecimiento de la población. Es un lugar donde hoy en día casi no hay niños, porque Portugal -como Uruguay- es un país muy centralizado. Aunque no tenemos una ciudad con una diferencia de población tan grande como la de Montevideo, allí el desequilibrio está entre el litoral -del lado del océano- y el interior -del lado de España-. En el interior no hay muchas oportunidades de empleo, la agricultura está muy abandonada, y los jóvenes emigran al litoral, o al extranjero. Entonces, esos relatos no sólo están tocados por el desánimo del fin de la vida, sino también, y de una manera tal vez más importante, por el desánimo con respecto a grandes cambios, y el gran descenso de la vida en esas regiones. Es muy deprimente. Y te puedo decir que mi región, Alentejo, es la que tiene mayores tasas de suicidio. Curiosamente, esos suicidios ocurren entre las personas mayores, que se matan cuando dejan de ser autosuficientes. Creo que esto habla mucho del sentido de dignidad de las personas. En realidad, si conoces todos esos sitios desde antes, hoy en día es muy duro verlos.
Otros de los protagonistas sueñan con ser jóvenes, y en ese gesto alcanzan la felicidad, aunque sea momentánea y quimérica.
-Ese es un cuento que también incluye mucha ironía vinculada con la cuestión de la edad, algo muy importante para pensar el tiempo de la vida, en el sentido de que la edad es muy relativa, y nosotros vivimos de una manera muy curiosa, porque cuando comenzamos a acostumbrarnos a una edad, y a una posición en el mundo, todo cambia, y debemos transformarnos en otra cosa. O sea, cuando ya estamos bien posicionados con tener 20, despertamos y ya cumplimos 30. Luego, en un tramo, ya tenemos 50, y un día nos descubrimos con 70. Y, curiosamente, cuando tenemos 70 sigue siendo muy parecido a cuando teníamos 20. Paradójicamente, cuando llegas a una determinada edad, miras hacia atrás y piensas en cómo veías a las personas de tu edad, y ahora la tienes. Por eso, el cuento hace un salto entre las dos edades, y hay cierta soberbia y arrogancia del personaje joven.
Propia de la juventud.
-Claro, como cuando Oscar Wilde decía “ya no soy lo suficientemente joven como para saberlo todo”. Me interesa reflexionar sobre eso. Alguien cuyo nombre no recuerdo decía “nunca seré viejo, los mayores siempre tendrán 15 años más que yo”. Es interesante. Hay un aspecto que me lleva de nuevo a Cementerio de pianos, y es el momento en que uno llega a la edad que tenían sus padres cuando nació. Yo ya tengo más de esa edad. Hoy en día me veo con la edad que tenían mis padres cuando yo era niño, y tengo memoria de cómo los miraba a ellos cuando tenían esa edad. Para mí es increíble mirar a mi hijo y ser consciente de cómo él piensa, o de cómo él me puede ver. Muchas de esas cosas que la gente lleva de una manera muy libre, como amar, o vivir, o tomar decisiones, son un proceso y un desafío intelectual muy fuerte.
“El hombre que está sentado a la puerta” es un cuento que se diferencia de los demás y que hasta puede leerse como una declaración de principios, en la que se cruzan el autor, su representación y su mundo de ficción.
-Me encanta cruzar dimensiones. La literatura lo hace desde hace mucho tiempo, [Julio] Cortázar y [Jorge Luis] Borges lo hicieron siempre. Y creo que, más que autobiografía, eso siempre tiene alguna verdad, en el sentido de que la existencia está hecha de múltiples capas, de diversas realidades, y unas no son más reales que otras. Tenemos que intentar considerarlas todas, para así poder contar con una conciencia lo más plena posible. Es cierto que el hijo de Peixoto de ese cuento existe. Y soy yo en cierta parcela, porque yo no soy sólo el hijo de Peixoto, ni siquiera sólo soy ese hijo de Peixoto. Cada persona siempre es mucho más compleja y, de alguna manera paradójica, nos trascendemos a nosotros mismos. No alcanzamos a tener esa conciencia plena. No es posible, somos más grandes que nuestra propia comprensión. Traer lo autobiográfico, la ficción, lo fantástico, lo social, lo realista, es un intento de expandir la visión de los lectores a través de sugerencias que les plantean un esfuerzo. El texto, a través de distintas estrategias y temas, siempre se vuelve una máquina que plantea al lector un trabajo que él mismo deberá realizar.
Antes de terminar, ¿es cierto lo del tatuaje faulkneriano?
-Ah, no, eso es mentira... [Después de arremangarse la camisa y mostrarlo, dice:] Sí, y no era muy joven cuando lo hice.
¿Es un intento de materializarlo?
-Sí, tiene mucho que ver con eso. Y es algo que a mí me habla mucho. Mira, hace 16 años que hago mi vida alrededor de la literatura. Y si bien siempre ha estado presente en mi vida, ahora es algo que hago profesionalmente. Y esto es algo que nunca había imaginado. Entonces, para mí es increíble y fascinante llegar a un país tan lejano del mío como este, y verte llegar con mi novela, y que me hables del hijo de Peixoto, y de cosas que en un momento sólo existieron en mi mente, en mis visiones personales. De alguna manera, eso es algo que también está presente aquí [señala su tatuaje], porque Yoknapatawpha es un lugar que no existe físicamente, pero que sí existe para todos los que conocen esos libros y tienen la generosidad de darle cuerpo, como siempre ocurre con la lectura. Al mismo tiempo, Faulkner me encanta. Esa palabra es un neologismo de los Chickasaw, una tribu de Mississippi, y significa “agua que corre despacio por las llanuras”. Esto es algo que me habla mucho, y que también tiene mucho que ver conmigo.
Un antídoto desde la muerte
José Luís Peixoto, uno de los escritores con mayores ventas en Portugal, podría estar a un paso de convertirse en una figura imprescindible del panorama literario contemporáneo.
José Luís Peixoto casi muere la tarde que quedamos de encontrarnos. “Ha sido el peor accidente de mi vida. No entiendo cómo nadie salió lastimado. Mi carro quedó en pérdida total. Con eso te digo todo”, me dijo por teléfono esa noche cuando explicó por qué no pudo llegar a la entrevista que teníamos programada.
El accidente fue en la autopista que lleva del suburbio de Cascais a Lisboa. Una de las llantas hizo un movimiento anómalo en una curva y el escritor perdió el control del vehículo. “Luego choqué contra otro auto, comencé a dar trompos, y así, dando vueltas, fui a dar al otro lado de la autopista. Es el tipo de accidentes en los que alguien muere”, dijo al día siguiente, cuando finalmente pudimos encontrarnos.
Entonces se me vino a la mente un episodio de Te me moriste, su primer libro, que Peixoto comenzó a escribir pocos meses después de la muerte de su padre: “Me enseñabas. Serio, porque seria era la lección, me señalabas cada paso con la vista y decías mete la primera, coge bien el volante, ve soltando el embrague. Tus gestos, la forma de tus manos al tomar el volante; la forma de mis manos, el volante, mis gestos. Las cosas y yo se mecen, se dislocan todas”.
Te me moriste es un poema en prosa hipnotizante, con imágenes caleidoscópicas, que permeó de alguna u otra manera casi toda la conversación que Peixoto y yo sostuvimos en el café Vértigo: un lugar que como tantos en Lisboa juega con la frontera entre vanguardia y tradición. Nuestra mesa era una antigua máquina de coser, los asientos eran de hierro y nos rodeaban colores densos: violeta en telas de colgadura, verde oliva en las paredes, piso de madera oscura. Olía a té.
“Lo comencé a escribir a los veintiún años y fue en una situación muy personal, muy intensa, que fue la muerte de mi padre”, dijo este escritor de treinta y ocho años, que publicó la edición portuguesa de Te me moriste en el año 2000. En agosto del 2012 se imprimió su decimosegunda edición.
“Ese libro marcó todo. Lo que escribí después siempre fue un camino que parte de ahí. No estaba escribiendo una confesión. Tenía ideas literarias importantes. Lo digo sin modestia pero con sinceridad, aunque la fuente de donde llegaban las palabras venía directamente de una experiencia que para mí era muy transformadora como persona. Ese texto yo lo considero un libro a pesar de ser tan corto, por la importancia que tiene en la construcción de mi obra”.
Y su obra es desafiante, tanto para el lector como para los límites entre narrativa y poesía, pasado y presente, la vida y la muerte. Peixoto diluye estas fronteras meciendo al lector en anáforas, y su prosa desencaja el velo que separa a un mundo del otro haciendo que ceda, ceda, por la insistencia con que repite ciertas palabras.
“Una parte grande de lo que escribo tiene esa preocupación, de recordar que vamos a morir. Es tan importante hablar de eso, porque vivimos en sociedades donde hoy en día la muerte es más tabú que cualquier otra cosa; más que el sexo, que está en todas partes. Sin la muerte, la vida perdería sus cualidades más elementales. Es la muerte la que marca el tiempo. Sin muerte no tendríamos consciencia de la existencia del tiempo”.
“Disculpa, hoy estoy un poco esotérico”, me dijo.
Una carrera en ascenso
Fue José Saramago, su mentor, quien le insistía en que se preocupara por su obra: “Es algo que tuve mucha oportunidad de hablar con él. Fue la persona que siempre me dijo: presta atención a la obra, hay que construir una obra, y yo siempre tuve esa idea desde el principio”.
Es un escritor sorprendentemente prolífico. En los trece años que han transcurrido desde la publicación de Te me moriste, José Luís Peixoto ha lanzado cuatro novelas, tres libros de cuentos, tres de poesía, uno de crónicas, otro que reúne cuentos y una obra de teatro, y su último libro, Dentro del secreto: un viaje a Corea del Norte. En este, narra a manera de crónica el viaje que hizo hace un año al hermético país asiático.
No he visto un libro similar a Dentro del secreto, porque casi nadie ha hecho un viaje turístico a Corea del Norte. El de Peixoto fue por una oportunidad única: la conmemoración del centenario del nacimiento de Kim Il-sung, el padre de la nación. El tour se llamaba Kim Il-sung 100th birthday Ultimate Mega Tour (Ultimate Option). Tal cual.
El valor del libro es algo que en otra aproximación habría sido una debilidad: Peixoto no es un experto en Corea del Norte, sencillamente se obsesionó con el país como cualquiera lo haría con un hobby. Así, mientras recorre Pyongyang y sus alrededores en el Ultimate Mega Tour, al describir este secreto geográfico, político y social, su voz está tan extrañada como lo estaríamos nosotros.
Fue lanzado en noviembre del 2012 y desde entonces no ha dejado de estar en la lista de los diez libros más vendidos en las principales librerías portuguesas: “Yo no imaginaba que fuera a tener tanta repercusión comercial. En Portugal todos hablan de la crisis económica y Corea del Norte es una realidad muy lejana. Pensé que iba a generar interés entre la prensa, pero no entre los lectores, y felizmente me engañé”, dijo Peixoto.
En sus novelas, la columna vertebral de su obra, la evolución de una madurez literaria es clarísima. Nadie nos mira (2000) está compuesta por las historias entrelazadas de personajes que se desgastan y erosionan en una aldea rural de la región natal de José Luís Peixoto, el Alentejo. La segunda novela, Una casa en la oscuridad (2002) es una historia de horror en torno a la relación de un hijo con su madre. Cementerio de pianos (2006) experimenta con un estilo que recuerda a Antonio Lobo Antunes, porque el espacio-tiempo narrativo se define según la memoria subjetiva, caprichosa y no siempre fiable de sus protagonistas, entre los cuales el principal es Francisco Lázaro, el célebre corredor olímpico portugués que falleció en 1912, mientras participaba en los juegos Olímpicos de Estocolmo.
Finalmente, Libro, publicada en Portugal en el 2010, es la mejor lograda. Reúne las obsesiones habituales de Peixoto, y las lleva en otra dirección. La primera parte toma como escenario el familiar espacio aldeano del sur de Portugal, pero en pocos capítulos nos arroja sobre una historia de amor desencontrado en los barrios de inmigrantes portugueses y en las bibliotecas de París. Luego, en la segunda parte, la novela se canibaliza en un juego que podría describirse con el tipo de palabra compuesta que entusiasmaba a los críticos literarios de finales de siglo XX (metaliteratura, postnarrativa).
Por desgracia, lo más probable es que pasen años antes de que en América Latina se puedan leer sus novelas, pues su distribución está atascada en España. La editorial que las imprime en español, Aleph, hace tirajes tan bajos y con miras a suplir únicamente el mercado español, que el viaje intercontinental multiplica el precio de sus libros.
“Es un poco triste. Es una situación que tengo que revisar porque si mis novelas llegan a México, Argentina, Colombia, es con precios horribles. Estuve una vez en la Feria de Guadalajara y su valor era tan alto que yo le dije a las personas que robaran los libros, y fue muy bueno porque robaron como treinta libros”, dijo Peixoto riendo.
El problema no es solo de Peixoto. España, además de ser el mercado de habla hispana más importante para los escritores portugueses, también impide una distribución más amplia de sus libros. Las editoriales de autores que no tienen el renombre internacional de Saramago o Lobo Antunes, compran los derechos de distribución en español para todo el mundo pero solo imprimen para España.
“Cuando se trata de autores grandes, España ayuda mucho porque las editoriales que los distribuyen tienen sedes en América Latina, pero cuando son autores menos conocidos España es una barrera”, dijo Peixoto.
Pero habrá una excepción con motivo de esta Feria del Libro, y se venderá un libro doble editado en Colombia, que reúne dos de sus obras: Te me moriste y Antídoto.
Antídoto desde la muerte
José Luís Peixoto tiene pinta de rockero y Antídoto es el libro en el que más se permite mezclar su gusto por la música con su voz literaria. Antídoto en realidad es dos obras paralelas. Una es el libro que se reedita con motivo de la Feria del Libro, y el otro es el disco que lanzó, también en el 2003, la banda de metal más famosa de Portugal: Moonspell.
“Tuvimos que confrontar a los fans de heavy metal, que se quedaron sorprendidos con la ligación a un escritor, y también con las personas del medio literario, que no imaginaban que un escritor se fuera a ligar con un grupo de metal”, dijo Peixoto. “Curiosamente creo que el prejuicio del lado de la literatura fue más fuerte”.
Cada uno de los diez cuentos que compone Antídoto corresponde a una de las canciones del disco de Moonspell, aunque los dos son plenamente independientes. “Hay lectores que gustan de mis cuentos, que si escucharan las canciones que inspiraron a algunos de ellos, quedarían horrorizados”, dice Peixoto con una sonrisa.
Los cuentos tienen un ambiente oscuro y algunos juegan con ser poemas en prosa. Su hilo conductor es el miedo, la pérdida y el aislamiento. Sus personajes son mujeres sobrenaturales que no tienen piel que cubra su cuerpo, aldeanos desencantados de la vida, dioses nocturnos; y también está, omnipresente, la muerte, ese fenómeno que para José Luís Peixoto constituye el antídoto contra la desmemoria y la incomprensión del paso del tiempo.
http://www.revistaarcadia.com/impresa/especial/articulo/un-antidoto-desde-muerte/31580
Los viejos de Peixoto
Historias de nuestra casa (Casa editorial HUM, Montevideo, 2009) compila veintidós cuentos y poemas del escritor portugués José Luís Peixoto (Galveias, 1974). En esta edición aparecen traducidos al castellano Morresteme (2000) y los cuentos y poemas publicados en Cal (2007), que incluyera además originalmente una obra teatral. El libro fue presentado por el autor en el Centro Cultural de España de Montevideo el 6 de octubre de 2009.
En estas historias se aborda la diversidad cotidiana de un pueblo. Los relatos transitan por los mundos afectivos y las vicisitudes de mujeres y hombres que envejecen. Este concierto humano testimonia tanto la variedad de vivencias de estos personajes como sus distintas maneras de desarrollar el proceso de envejecimiento; e integra a las edades jóvenes, que como las mayores, crecen, quieren vivir y mueren. Son tierras donde los campanarios dan todavía sus lentos toques fúnebres y las señoras mayores comprenden en ese aviso a quién le tocó partir.
El autor sigue el precepto de describir la aldea. Sus textos se elaboran, principalmente, sobre la vida en zonas semi-rurales del Portugal actual, haciendo de estos pagos de puertas sin trancar, el escenario principal de los relatos. Con referencias visuales o sonoras ubica el medio de vida, las huertas, los montes y caminos, la represa o las plantaciones de olivos y alcornoques. Mientras que los episodios de la historia de la comunidad son mojones en la biografía de los personajes. Desde los pequeños sucesos del pueblo, al acontecimiento nacional de la Revolución de los Claveles que puso fin, el 25 de abril de 1974, a la dictadura más larga del siglo XX europeo.
Algunos relatos tienen un fuerte carácter testimonial. Desarrollando los cursos afectivos que componen las relaciones entre las personas. La máxima cercanía del autor con sus personajes, se plantea en "Ver a mi abuela" o "Te me moriste", escrito en memoria de su padre. En ningún caso esto se agota en lo anecdótico del hecho, sino que oficia de punto de partida para la creación de la trama poética.
Sensible cronista de la cotidianidad, Peixoto utiliza en sus narraciones el despliegue de los distintos puntos de vista que pueden tener los personajes sobre los hechos. Así como lo que pueden llegar a pensar los actores de un relato sobre ese mismo relato. Un hombre acerca de quien ha escrito, se entera de tal cosa. Pasa las tardes en la plaza desde que dejó de trabajar en el campo. "El hombre que está sentado" explora la situación en primera persona de un hombre viejo a quien le fueron a contar que "el hijo de Peixoto" (p. 37) había escrito sobre él. La muchacha que le contó y tiene el libro probatorio, no puede explicarle a qué se debería tal cosa. Ese aparente sinsentido lo hace desconfiar, resistiéndose a que se lo lea. Ella -cuenta el hombre-, tiene estudios y por eso fue desde Lisboa a trabajar en la Junta local. Él no aprendió a leer. "Sabes que, en aquel momento, la gente podía hacerlo. Ese fue el gran disgusto de mi madre: nueve hijos, siete muchachas y dos muchachos, y ninguno pudo aprender a leer" (p. 37). El hombre se queda con el libro y la curiosidad acumulada de un día al otro, desembocará en la oportunidad de un nuevo encuentro.
A la transformación en la percepción y preferencias artísticas con el correr de los años, lo puede acompañar una reflexión que intente dar un sentido nuevo a los cambios vividos. "Por las noches releía libros que había leído hacía mucho tiempo. En las páginas de esas noches, existía la luna y era como si, a medida que los releía, reconociera lo que había leído un día en aquellas páginas. Había momentos, frases, en que pensaba y sentía exactamente lo que ya había sentido y que, al mismo tiempo, era como si fuera la primera vez" (p. 62).
Algunos de estos personajes que envejecen viven con sus familias. Otros, solos, van procesando duelos y volviéndose a enamorar. Un hombre que enviudó hace unos años comenta: "Durante meses no supe vivir. Después, muy despacio, como un vicio que se recupera, fui encontrando pedazos de mí" (p. 61). "Despacio, resucitaba, era viejo y nacía" (p. 62). Este hombre podrá luego escuchar las voces de otros amores, además de las de sus hijos y nietos. "Fue uno de esos días que conocí a Mariana. Su voz diciéndome: Mariana" (p. 62). Después: "Su voz diciéndome: Beatriz" (p.62). Y luego: "Una voz muy tímida: Susana" (p. 63). Los comentarios de los vecinos, claro, también podían escucharse.
En aquel entonces, una mujer: "Tenía más de ochenta años y esa es una edad de decisiones para toda la vida" (p. 9). Variaciones de este motivo estructuran "La edad de las manos". El movimiento del relato podrá hacer pensar que a cualquier edad las decisiones son nuevas orientaciones de la vida.
La relación entre las ancianas, con sus maneras, entreteje las tareas del día con las novedades públicas y privadas del pueblo: "En ocasiones, entra en la casa de las vecinas. Las puertas están abiertas. Las vecinas entran en su casa. Y se quedan a hablar. Bajan la voz cuando no quieren que nadie las oiga aunque estén solas, cuando hablan de alguien: sabes qué le pasó a, y dicen un nombre cualquiera. Tratarse de tú es la prueba inusitada de que, en otro tiempo, fueron jóvenes, fueron muchachas con ideas sobre lo que serían cuando tuvieran la edad que tienen" (p. 94).
La dimensión intergeneracional es mostrada con sus beneficios recíprocos. La relación del narrador con su abuela, es mutuo reflejo de sus vidas: "(...) me llama: mi José Luís. Su voz es delicada porque, como los objetos, es antigua. (...) Lo importante es que nos quedamos juntos por momentos, nos vemos. Damos sentido el uno al otro" (p. 96).
El libro no cae en una idealización de los lazos entre generaciones. La muchacha de "La vida junto al río" fue besada por un joven y transgredió en poco más de eso. La consecuencia lógica para su madre sádica es encerrarla. "(...) me agarraron el tobillo y lo atraparon en una esposa de hierro, que estaba atada a una cadena, que estaba atada a una pared, que estaba dentro de la pared. Cerraron la puerta. Me quedé tendida en el piso" (p. 105). La madre, durante algún tiempo, llevaba a cenar a los postulantes que estimaba convenientes. "Las criadas envejecieron. Mi madre envejeció. Yo envejecí. Dejaron de venir hombres a verme" (p. 106 ). Cuarenta años después, la madre muere y llega a término la condena. Nada quedaba entonces de aquel hermoso muchacho. Hasta el árbol viejo, donde la aguardaba su ausencia, había sido talado. Anciana y deforme, sale al mundo hablando con Dios. Hablaba con él hacía tiempo. "En una de esas tardes indistintas unas de las otras, Dios entró en el cuarto. Moví la pierna y las cadenas se movieron. Dios se sentó a mi lado. Sus ojos eran tristes. Dios me tomó la mano y lloramos" (p. 107). "Estoy vieja. También Dios está viejo. Nos sentamos juntos y pensamos. El tiempo es más leve. Ni yo ni Dios esperamos nada" (p. 108).
Con este tipo de vínculo situado entre la metafísica y el delirio, empieza y termina la primera parte del libro. Se inicia con la historia de Ana, quien convive con su niño de luz: el ángel.
Si bien en un comienzo "Ana, a veces, se sentía tan vieja como si hubiese nacido el primer día del mundo" (p. 12), este relato aborda en sus reglas de juego el tratamiento de la temporalidad con la reversibilidad del envejecimiento. Mientras que en "La mujer que soñaba" el transcurso del tiempo es elaborado por yuxtaposición. Dos épocas que aparecen alternativamente. La mujer en su vejez y juventud, una y otra vez. Sus sueños y sentimientos una vez despierta, se anticipan a un tiempo y son luego reminiscencias. Sobre el final del relato se presenta el máximo de tensión entre ambos tiempos, superponiéndose.
La narrativa que presenta José Luís Peixoto en este libro, aborda al envejecimiento y la vejez con acierto y fina mirada sobre la multiplicidad de situaciones y de formas de su desarrollo.
CÉSAR PRIETO
La literatura portuguesa, afortunadamente, empieza a tener presencia y descarga en las librerías españolas. Han de ser pequeñas editoriales quienes la rescaten de su injusta sensación de olvido y nos presenten las obras de una nueva generación maravillosa. “Libro” parte de una imagen aterradora y brutal: una tarde de 1948 Ilidio, con seis años, queda esperando a su madre en la fuente con una maleta; no vuelve a aparecer nunca más y lo rescata de madrugada el albañil Josué. La ambientación desvela el mundo de la emigración portuguesa a Francia, pero “Libro” es mucho más que eso: es el rugoso acecho de la sociedad rural, como en Faulker; es el goce en retratar secundarios y conversaciones de barbería como en Galdós y, sobre todo, tiene mucho de Saramago y de Lobo Antunes.
Tras esa noche de 1948 la novela recorre sesenta años de la historia de Portugal y llega hasta la actualidad. Aunque la segunda parte ofrece nuevos datos para reinterpretar la trama, “Libro” está plagado de episodios hondos, sensaciones estremecedoras y personajes que rozan el esperpento, perfectamente deformes –dona Lubelia y su ataúd; el Sorna, que bebe todo el vino de una fiesta– y de episodios crueles –el cadáver descuartizado que aparece en una maleta y sobre todo el sexo–. El sexo es desamparado y triste, desde la masturbación de Ilidio y Cosme pensando en la sobrina de dona Lubelia, Adelaide, se sucederán abusos, la tristeza de Josué anudado a la joven hija del Pulguinhas, breves explosiones de miseria… Quizás el encuentro más delicado sea el escondido entre Ilidio y Adelaide –ya casada– cerca de la casa de dona Milú, donde nace al fin y al cabo la novela.
Ilidio emigra también a Francia con su amigo Cosme para buscar a su novia y completar lo que dejaron pendiente en el pueblo. Es Cosme –celador de un hospital– quien la ve por casualidad y todo se emboza entonces en encuentros y desencuentros hasta convertir la estructura en una novela bizantina de los suburbios industriales de París. No me permito, para salvaguardar la sorpresa, exponer más detalles, el último es simplemente señalar que “Libro” es un texto magnífico y terrible, heredero del realismo mágico, pero falto de entes maravillosos, que supura vida por cada uno de sus cientos de costados.
EL PAÍS, BABELIA, 15/10/2011
CRITICA DE ANTONIO SÁEZ DELGADO
LIBRO MARCA un punto de inflexión fundamental en la obra narrativa de José Luís Peixoto (Galveias, Ponte de Sor, 1974), el escritor de la nueva literatura portuguesa más divulgado fuera de sus fronteras, junto con GonçaloM. Tavares. Sus novelas han venido siendo publicadas en España, desde que Hiru presentase Nadie nos mira (2001) y la Editora Regional de Extremadura el relato Te me moriste (2004), gracias al trabajo de El Aleph, en cuyo sello Peixoto ha visto publicados todos sus restantes títulos: Una casa en la oscuridad (2008), Cementerio de pianos (2009) y este sorprendente Libro. Por todo ello, el escritor no es un desconocido para los lectores atentos a la literatura portuguesa, como tampoco lo es para los de la veintena de países donde sus obras son traducidas con regularidad.
Si el registro narrativo habitual de José Luís Peixoto venía marcado por un arraigado lirismo que convertía sus historias en profundas parábolas, en Libro parece haber dado un paso adelante hacia unamayor concisión y sobriedad estilística, con una novela que, no obstante, está condicionada de forma determinante por su estructura interna. Porque Libro cuenta con dos partes bien diferenciadas: una primera, la más extensa, donde se narra una historia bajo una perspectiva realista, y que toma como centro la emigración de la población rural portuguesa a Francia en los años sesenta del siglo XX.
Esta primera parte es una estupenda novela en sí misma, desarrollada con talento y escrita con elegancia, un relato construido con técnica cinematográfica si queremos, con numerosos saltos temporales y una estructura profundamente fragmentada. La segunda parte, sin embargo, cambia el registro, y se convierte en una especie de proceso de deconstrucción de la primera, desvelándonos de forma abierta, a menudo entre la novela y el ensayo, el retrato del narrador (llamado como la propia novela, Libro) que escribe la primera parte del volumen. Son páginas sorprendentes en la trayectoria narrativa de su autor, no exentas de rigor pero que se sitúan al borde del derroche intelectual de eso que llamaríamos posmodernidad (criticada también con ironía por el propio narrador), con algunos excesos probablemente prescindibles, pero que no empañan el ambicioso proyecto de este Libro, llamado a convertirse en la novela sobre la emigración escrita por la nueva generación de escritores portugueses, aquellos que no vivieron la Revolución de los Claveles ni las guerras coloniales, pero que partieron de niños o vieron partir muy cerca de ellos a sus seres queridos hacia Francia.
Con estos ingredientes, Peixoto articula un interesante discurso sobre la identidad y la orfandad, y elabora en paralelo un maravilloso retrato psicológico del mundo rural portugués que protagoniza, realmente, la historia. Como si metiésemos en una coctelera ingredientes de Lobo Antunes, Saramago y algo de Vergílio Ferreira y Urbano Tavares Rodrigues, Peixoto parece mirarse en el espejo de su propia generación, construyendo un puzle narrativo que a nadie dejará indiferente, y que constituye, sin duda, un antes y un después en su propia trayectoria literaria.
José Luís Peixoto
Traducción de Carlos Acevedo
El Aleph. Barcelona, 2011
256 páginas. 20,50 euro
BABELIA, EL PAÍS, 15/10/2011
ENTREVISTA DE SERGIO C. FANJUL
Es una de las figuras en ascenso de la literatura portuguesa. Y Libro lo confirma, Una obra que aspira a convertirse en la novela de referencia de la emigración rural de su país con una estructura interna realista, descriptiva y metaliteraria
José Luís Peixoto nació en una brecha de la historia portuguesa. En 1974, después de la Revolución de los Claveles que puso fin a la dictadura de forma pacífica. En su último libro, una novela que se titula precisamente Libro (El Aleph), escribe sobre lo que ocurrió en su país antes de que él naciera. "Es arriesgado", explica, "porque las personas que vivieron aquello todavía viven, y todavía tienen mucha capacidad de contar su propia historia. A la gente de mi generación siempre nos recuerdan las cosas que no vivimos, la dictadura, la guerra colonial, la emigración. Es una generación definida por algo que no vivió, porque nacimos en el momento en que cambió la historia del país".
Hay dos temas que preocupan, y mucho, a Peixoto: el mundo rural portugués y la emigración, que son los dos ejes en torno a los que se desarrolla la novela. "El mundo rural tiene múltiples aspectos en contraste. Uno puede encontrar la ternura más conmovedora, la sencillez, la bondad (una palabra que hoy en día no se utiliza mucho), pero también se encuentra lo contrario de eso, lo despiadado, acciones muy crudas, muy violentas. Me gustó poder crear algo que tuviese los dos lados, con personajes que no fuesen ni buenos ni malos, sino que, simplemente, tienen sus razones para obrar como obran". Los padres de Peixoto fueron emigrantes en París, en una época en que había en la capital francesa un millón y medio de portugueses buscándose el sustento (lo que suponía un 15% de la población del país). Pero el autor nació cuando regresaron y vivió en un pequeño pueblo del Alentejo hasta los 18 años. "El tiempo en el campo tiene una importancia enorme, se marca de formas múltiples: tienes contacto con los nacimientos, las muertes, con el crecimiento, con lo mejor y con lo peor. No debemos apartarnos demasiado de la naturaleza, somos seres naturales".
La primera parte de la novela trata, con un lenguaje no falto de lirismo, de las peripecias (lo conmovedor y lo crudo) de unos personajes que, en los años sesenta, viven en un pueblo portugués y se ven obligados a emigrar. "Los portugueses que emigraron hacia Francia lo hicieron en condiciones muy difíciles, pasando ilegalmente, siendo perseguidos en Portugal por la policía portuguesa, en España por la Guardia Civil, y llegando a Francia en una situación que muchas veces era peor que lo que dejaban. Vivían once meses de muchas privaciones en Francia para luego tener un mes de opulencia en Portugal. La crudeza de la novela tiene que ver con la crudeza de la realidad que trata de retratar. Escribí, además, sobre esta emigración específica pero tuve en cuenta todas las migraciones, todas las cuestiones actuales en este aspecto". Durante unos años, Portugal pasó de ser emisor de emigrantes a receptor de inmigrantes, "aunque ahora vuelve a ser un país de emigrantes, en unas condiciones muy distintas, con un nivel cultural distinto. Durante diez años recibimos inmigrantes del este de Europa, de las antiguas colonias, de Brasil, etcétera. En muchos aspectos la experiencia de la emigración no fue suficientemente asimilada hasta el punto de tener presente la perspectiva de los otros, y no se les trató todo lo bien que se debería. La literatura tiene la oportunidad de darte la perspectiva de los otros. Por eso creo en la necesidad de esta novela. Somos nuestra historia y hay que aceptarla para comprender lo que somos hoy".
En la segunda parte (que ocupa las últimas 50 páginas), la novela da un giro radical y se adentra abruptamente en lo metaliterario, lo experimental. El narrador se dirige al lector, se reflexiona sobre lo anterior, el estilo se torna más actual. Lo cierto es que ese tránsito tiene algo de shock, y si alguien no llega a la página 200, donde empieza esta parte, se llevará una impresión muy diferente de la obra. "La novela no sería la misma sin esa segunda parte, es un cambio total en la manera de ver lo que ocurrió antes. Sólo podría ser escrita hoy en día: trata de jugar con la literatura, con la narrativa, de una forma eficaz, que tenga algún sentido, desmontándola al servicio de algo más grande. Hay un momento en el que el libro se torna un personaje más, un ser. En muchos momentos me parece que el libro va a leer también al lector, porque eso también ocurre. Sería interesante pensar qué opinión tienen los libros de nosotros", bromea. "Para mí también fue un shock empezar a escribir esta parte, un desafío. De todas formas, no me gustaría escribir una novela en la que estuviera completamente cómodo: las librerías, las bibliotecas, están llenas de libros, cuando nosotros nacimos ya existían miles de libros, mientras hablamos se publican libros. Cuando publicas un libro estás diciendo: 'Aquí hay algo en lo que me parece que vale la pena que inviertan unas horas de su vida".