José Luís Peixoto: «Hoy en día Saramago lucharía contra la muerte de las utopías»
Cuando se cumplen 10 años de la muerte del Nobel, el escritor portugués publica en España 'Autobiografía' (Literatura Random House), un complejo juego de espejos entre realidad y ficción donde convierte a Saramago, a quien trató en sus últimos años, en personaje.
ANDRÉS SEOANE
José Luís Peixoto. Foto: Patricia Pinto
“Saramago escribió la última frase de la novela”. Estamos en 1997 y la susodicha no es otra que Todos los nombres, la última del escritor antes del Nobel, protagonizada por un José cuyo amor por el nombre de una desconocida mujer le lleva a una delirante búsqueda. Y de Josés parece ir la cosa, porque cuando se cumplen hoy diez años de la muerte del escritor su compatriota José Luís Peixoto (Galveias, 1974) publica en España Autobiografía (Literatura Random House), la historia de un joven escritor, llamado -¿adivinan?- José, cuya trayectoria se cruza, en varias ocasiones, con la de un José Saramago transmutado en personaje. Un homenaje no exento de riesgos, pues como asegura el autor «Saramago, aunque ya haya muerto sigue muy vivo como autor y como símbolo de gran cantidad de cosas en Portugal».
“Conocí a Saramago en 2001, cuando gané el premio que lleva su nombre, y comparto gran cantidad de características con él, tanto vitales, especialmente de crianza, como literarias a nivel de búsquedas e intenciones”, explica el escritor, que explora estas similitudes y diferencias a través de un juego de espejos donde las obras y personajes de Saramago toman vida y forma en una Lisboa que se confunde con la del propio Peixoto y cuyas vidas interactúan con los hechos reales de la biografía de Saramago. Cuando se cumple una década de la desaparición del Nobel portugués, uno de sus más aventajados herederos, a quien llamo “promesa segura de un gran escritor”, recuerda sus múltiples facetas, que abarcaron todos los escalones de la sociedad, y especialmente su papel de escritor.
Pregunta. Desde su debut ha explorado mucho la vía autobiográfica y la tensión entre realidad y ficción, aquí un tema clave. ¿Cómo lo aborda, qué intenta narrar de esta simbiosis siempre presente en la vida?
Respuesta. La clave de esta dicotomía es precisamente esa, que es parte de la vida de todo el mundo. La propia memoria es una construcción narrativa, y es esencial para que cada persona construya su identidad, su lugar en el mundo. Las dudas en torno a la relación entre autobiografía y la ficción y el papel que cada uno de esos aspectos tiene en la literatura son tan antiguos como la propia literatura y es una exploración inagotable. Me parece que asistimos a la paradoja de que en la literatura, como muchas veces en la vida, estamos ante aspectos que son realidad y al mismo tiempo son ficción, porque no hay una frontera muy clara entre esos dos planos. Coexisten, y aceptarlo me parece que es aceptar un aspecto fundamental de la existencia.
P. La novela narra el encuentro entre un escritor en la cúspide posible de su fama y otro que sólo ha publicado una novela. Usted, que está en el medio, ¿por qué explora ambos vértices?
R. En este punto se mezclan temas personales con la propia biografía de Saramago. Por un lado, quería explorar el impacto que supuso para mí conocer a Saramago con 26 años, que fue muy fuerte, porque entonces no tenía ninguna certeza con respecto a mi escritura. Sólo había publicado una novela, y esa relación y su confianza me cambiaron la vida. Al mismo tiempo, en la vida de Saramago hay otro aspecto enormemente determinante que tiene que ver con lo ocurrido tras publicar su primera novela, que fue casi el revés de mi caso. Yo tuve éxito y ese gran apoyo y él tuvo lo opuesto. Tras publicar Tierra de pecado (1947) tuvo una dificultad impensable para escribir la segunda, incluso hoy en día se pueden encontrar sus esfuerzos, repartidos en cinco o seis bocetos inacabados… Fue tan traumático que estuvo muchos años sin escribir novela, lo que cristalizó en esa historia tan inhabitual de alguien que publica a los 25 años y tras estar sin hacerlo más de esos años, saca un libro y tiene un impacto tremendo.
P. Saramago sigue siendo un personaje omnipresente en Portugal, ¿qué diferencias hay al crear ficción más o menos basada en la realidad frente a incluir un personaje real tan sumamente conocido? ¿Hay un verdadero Saramago o cuántos Saramagos existen?
«Decidí que si le robaba sus características humanas dejaría de ser una persona. Y Saramago, con sus virtudes y defectos, siempre fue persona, incluso antes que escritor»
R. Mentiría si dijera que no ha sido mi novela más difícil. Al escribir pensaba siempre en todas las personas, conocidos suyos o no, que podrían tener una expectativa del Saramago personaje, de quien todo el mundo tiene una idea u opinión. No es fácil lidiar con la expectativa en ningún texto, pero aquí fue especialmente delicado porque tuve que mentalizarme para poder colocar cómodamente al personaje en las situaciones que la novela me pedía. Si Saramago aparece frágil o no es siempre un heroico en sus actos u opiniones, es lo que hay, porque decidí que si le robaba sus características humanas lo estaría distorsionando y dejaría de ser una persona. Y Saramago, con sus virtudes y defectos, siempre fue persona, incluso antes que escritor.
Además, Peixoto contó con dos elementos más que le legitimaron a la hora de hacer esta transformación literaria de Saramago. Primero, el nihil obstat de su viuda, Pilar del Río, al corriente del proyecto desde el primer día. “Antes de escribir una sola palabra se lo comenté a ella, a quien conocí el mismo día que a Saramago, y su ánimo me dio alas. Pilar entendió mis intenciones y eso me tranquilizó, porque ella misma es un personaje del libro”. Por otro lado, Peixoto contaba con la tácita autorización del propio Saramago, quien tomó en su día prestado a otro gran icono de la literatura lusa, Fernando Pessoa, para escribir su novela El año de la muerte de Ricardo Reis (1984), también un juego de múltiples dimensiones donde aparecen el escritor y su heterónimo. «La literatura está hecha de espacios vacíos que deben ser llenados, debe ser libre para jugar con las figuras del pasado y darles nueva vida», afirma el escritor.
P. En sus últimos años tuvo bastante relación con Saramago a raíz de ganar su premio homónimo, ¿cómo era el José Saramago que conoció? ¿Qué es lo que más recuerda de él?
R. Lo que me impactó más fue la atención que tuvo con un escritor como yo, debutante incierto, porque una novela no significa nada, es muy posible escribir la primera y por una gran cantidad de razones no seguir en la literatura, como él bien sabía. Cercano a los 80 años y ganador del Nobel tres años atrás, estaba viviendo al máximo su proyección internacional y al mismo tiempo seguía escribiendo incansable. Y, aun así, tenía tiempo de leer mis textos, de comentarlos, de darme su opinión, que siempre era muy sólida, muy difícil de contraargumentar. Ese fue otro rasgo que me marcó mucho y creo que es una de sus características, incluso, públicas, más notorias: la fuerza de su convicción. En ese punto de su vida Saramago tenía una fuerza de convicción enorme, que era lo que alimentaba su acción de escritura o de vida en todo momento. En la novela se sugiere que no siempre fue así, que, durante su vida, claro, tuvo momentos de duda, de incertidumbre, pero yo esa persona no la conocí. El Saramago que yo recuerdo estaba lleno de convicción y tenía una fuerza magnética impactante.
«El Saramago que recuerdo tenía una convicción enorme, que alimentaba su acción de escritura y de vida, una fuerza magnética impactante»
P. También ha comentado que te sirvió como ejemplo en muchos aspectos, no solo literariamente, sino, por ejemplo, en cómo el escritor se comporta en sociedad. ¿Cómo veía Saramago la implicación social del escritor y el papel de la literatura y cómo la ve usted?
R. No tengo necesariamente la misma visión que él, porque hay que tener presente la gran diferencia generacional que nos separa. Saramago nació antes del inicio de la dictadura de Salazar y yo justamente al final. Él vivió los avatares políticos y sociales desde los años 30, y todo lo que comportaron, y eso afectó lógicamente a su idea de la presencia social del escritor. Pero con estilos distintos, el suyo más directo, más político, digamos, ambos coincidimos en que el escritor no puede renunciar a la presencia, porque si escribe y publica ya tiene un papel, una implicación con su comunidad. Y es fundamental que ese papel tenga una intencionalidad, que la obra encierre de algún modo lo que el escritor lee en la sociedad y que éste lo exponga con intención de contribuir a su desarrollo. El escritor vive en su época, usa las palabras de su época, y tiene el deber de ser un analista de ella y no rechazar su papel y su lugar.
P. De hecho, esta novela, además de la historia metaficcional de ambos escritores, está llena de pinceladas de sus grandes temas como la emigración, el colonialismo, el atraso de lo rural… ¿Un escritor nunca escapa de sí mismo al escribir?
R. Personalmente no creo ni que sea deseable. Muchas veces esos temas existen en la obra de un autor por razones necesarias, surgen porque son lo que el autor realmente debe narrar. Desgraciadamente, uno no sabe sobre todo, tiene sus temas, que le tocan particularmente por algún motivo personal o de intereses y si sigue escribiendo sobre ellos es porque todavía no están agotados. Incluso puede pasar que haya temas que no tienen una respuesta definitiva y que pueden ocupar el trabajo de toda una vida: el amor, la muerte, qué es la realidad… temas infinitos que llevan ocupando la literatura desde sus orígenes y lo harán hasta el fin de los tiempos.
«Saramago sigue despertando opiniones muy polarizadas. Hay gente que no le ha perdonado sus posturas sociopolíticas, mientras que otra le pone en un lugar casi de santo laico»
P. Hoy mismo se cumplen 10 años de la muerte de Saramago, ¿qué significa hoy su legado y su figura para Portugal?
R. Todavía no tenemos suficiente distancia para hacer un retrato muy preciso, porque Saramago en Portugal sigue muy presente, despertando sentimientos muy polarizados y encendidos de amor y odio. Los aspectos más polémicos de su personalidad y su discurso, como la relación con la Iglesia y algunas cicatrices con respecto a lo que fue la Revolución de los Claveles y la transición a la democracia siguen candentes y hay gente que no le ha perdonado, mientras que otra le pone en un lugar casi de santo laico. Pero creo que esta es una situación que no desagradaría a Saramago, porque estos dos polos de amor y odio han estado bien presentes en su vida y él, como reflejan los Cuadernos de Lanzarote, era plenamente consciente de los efectos positivos y negativos que generaba en la sociedad portuguesa. Lo que ya empieza a ser indiscutible, y esta novela incide en ello, es la influencia de Saramago como figura literaria en la narrativa portuguesa, en lo que es la literatura portuguesa hoy. Porque en ocasiones el aspecto sociopolítico ha difuminado al escritor, pero hoy ya nadie cierra los ojos ante ese estilo y temas tan particulares, que han tenido un impacto tremendo.
P. Vista la deriva de una sociedad con la que siempre el Nobel fue muy crítico, y su reclamo de humanidad, ¿qué pensaría hoy Saramago del Portugal, de la Europa y del mundo actual?
R. Saramago tenía una visión enormemente amplia, de pensador más que de escritor, y no tengo dudas de que seguiría siendo bastante crítico con el mundo actual especialmente en un aspecto: la muerte de las utopías. Saramago tenía una visión optimista del futuro que hoy en día hemos perdido la osadía de tener. Nos han amputado la capacidad de soñar, de imaginar un mundo mejor y de criticar la desigualdad y contra esa gran pérdida lucharía Saramago, porque su gran creencia fue en el ser humano, en su capacidad de alcanzar la excelencia, de alcanzar un mundo más justo.