Saltar para: Posts [1], Pesquisa e Arquivos [2]
Recortes sobre José Luís Peixoto e a sua obra.
Galveias es el pueblo donde nació José Luis Peixoto, uno de los escritores clave de Portugal, y también el título de su última obra: una exitosa joya literaria que rescata el universo de las poblaciones rurales antes de la era digital.
Aunque la novela transcurre en los años 80, parecería que estamos en otra era. ¿Es que se perdió aquel mundo rural? ¿Habría que rescatarlo?
Si y no. Por un lado, se perdió, y no hay manera de retener lo que tuvimos. Pero también es cierto que mirar al pasado puede sernos muy útil para decidir hoy y determinar lo que será el futuro. Desde cierta perspectiva, la vida y el ritmo de la ruralidad puede ser una referencia muy útil en el mundo que hoy se plantea, el cual nos trae cuestiones cuya respuesta no conocemos. Estamos haciendo muchos experimentos en distintas áreas que tiene una importancia mayor, me da la impresión, de lo que imaginamos
¿Por ejemplo?
Hablo, muy concretamente, de las redes sociales, Internet, el mundo virtual y la ilusión de proximidad que esas herramientas nos ofrecen
Justo los 80 son los años pre-internet, los de antes del mundo sumamente acelerado en que vivimos. ¿Estamos ganando o perdiendo?
Hay aspectos en que es muy positivo y otros en que resulta por lo menos peligroso y negativo. Siento que existe el peligro de que las relaciones, no sólo entre las personas sino con múltiples aspectos, sean más superficiales. Todo es muy rápido y a la gente a menudo le parece que todo tiene que consumirse y de manera muy rápida. Ocurre claramente con el periodismo. Aunque no se reconozca, existe la idea de que basta con leer los titulares; que la información es solamente la noticia. Y no es cierto. Con frecuencia, la contextualización es tan importante como la noticia. Es sólo un caso, pero hay otros muchos consumos que se realizan tendencialmente de manera muy superficial.
¿Se refiere a otros ámbitos de la cultura?
Sí. También ocurre con el arte. Por cuenta de esa rapidez y de lo presente que está en nuestra vida todo lo que es visual, no es frecuente que nos detengamos ante una imagen y hagamos una interpretación, una lectura, una absorción. Y, sin embargo, cuanto más tiempo dediquemos a una imagen –me refiero a una imagen artística o con cierta riqueza- más partido le sacaremos. No será lo mismo si la contemplamos dos segundos que si nos paramos diez minutos.
Detenerse diez minutos para contemplar algo nos parece incompatible con nuestro ritmo, problema que no tienen los personajes de su libro
Es que el elogio de la ruralidad es muchas veces, el elogio del tiempo. Lo rural tiene unas características especiales al margen de la parte del mundo de la que hablemos. Una de ellas es la mayor cercanía con la naturaleza, con respecto al mundo urbano. En los pueblos, es la naturaleza la que define el tiempo. La noche y el día, las estaciones del año, la vida de las plantas y de los animales marcan los ritmos en los cuales nos integramos de un modo que, en las condiciones habituales, no nos agrede porque también nosotros formamos parte de la naturaleza y por lo tanto es todo equilibrado.
Una forma de vivir que ya es radicalmente distinta a la nuestra, ¿no?
Claro, porque la manera en que entendemos el tiempo tiene que ver con todo, desde el modo en que respiramos hasta la forma en que disfrutamos los días.
Pues andamos bien. Porque, ¿acaso no estamos perdiendo la ruralidad en toda Europa, en cuyas poblaciones rurales sólo queda gente mayor?
Desde luego. Y una de los objetivos de esta novela es llamar la atención sobre este aspecto. Creo firmemente en la literatura como vehículo de conciencia colectiva. En este caso concreto, creo que está clara mi intención de comunicar y aportar una idea sobre nuestra vida en común. El simple hecho de elegir como tema esa realidad, hoy día ya implica la intencionalidad de que se considere esa forma de vida. En Portugal, como en otros países, el envejecimiento y la desertificación del interior se sienten con intensidad y tristeza. En el año en que se publicó allí la novela, 2014, en Galveias murieron 50 personas y nacieron dos sobre una población cercana a las mil personas. Es una matemática trágica, cruel. Y muy difícil para quien conoce el enorme potencial de vida que existe allí.
¿Qué hacer?
No podemos dejar la supervivencia de ese mundo sólo en las manos de la gente que vive en esos lugares. Tiene que formar parte de una mirada más amplia que busque el equilibrio entre los territorios. Porque lo que estamos haciendo en Portugal es crear un desequilibrio que llama la atención en un país tan pequeño. No tiene nada que ver la vida en las grandes ciudades del litoral con la de los pueblos del interior, que se están quedando vacíos porque los jóvenes no tienen oportunidades. Lo cual es malo para todos. Se vive peor en las grandes ciudades porque se vive peor en los pueblos del interior.
¿Se refiere a la presión por la migración interior?
Exacto. Como consecuencia de políticas de muy corto plazo, sin visión del mañana ni de nada más allá de las próximas elecciones, en metrópolis como Lisboa surgen suburbios donde vive casi tanta población como en toda la región de Alentejo, que representa un tercio del territorio nacional. La gente no sale del interior por opción sino por necesidad, porque no tienen otro horizonte que recibir el subsidio del paro u otra subvención de las que te permiten vivir pero no tener autoestima y dignidad.
El Galveias de su novela es como un mundo. ¿Quiso hacerlo así o es sencillamente que esas poblaciones forman un universo por sí solas?
Lo que hago con la novela es dar cuenta de Galveias al mundo, y viceversa. El mundo tenía que saber que Galveias existía de esa manera y hoy sigue existiendo. Hay también una invitación a que la gente compare cómo era y cómo es.
Allí el libro habrá tenido un impacto enorme…
Allí la novela es como “la cosa sin nombre” que cae en el primer capítulo (aparentemente, un meteorito). Ver que el nombre sale en el libro, en los periódicos de Portugal… ¡En la televisión! Allí es muy importante, como para mí lo era ponerlo como título.
Los ha situado en el mapa; les ha dado autoestima.
Claro. Es una afirmación de identidad, y eso es vital. Desde el siglo XIX se instaló la idea del provincianismo como algo atrasado, con valores antiguos. Y sin embargo, tal como lo estamos tratando aquí, esos valores son revolucionarios. El hecho de que los hayamos olvidado lo hacen necesarios. Y cuando los traemos de vuelta son increíblemente subversivos. Porque estamos en un tiempo de superficialidad, soluciones instantáneas, de todo lo contrario a esa vida más orgánica, más despacio.
Una vida dura, también
Sí, ojo. Una vida con cosas que son difíciles de aceptar y que, en esa especie de ideología que se instaló, ignoramos. Como si fueran a desaparecer por ello. Hablo de la muerte, de la vejez. No porque las rechacemos dejan de existir. Sería mucho más útil y natural que las aceptáramos como vienen. Sería incluso más sabio.
En el pequeño pueblo no puedes mirar hacia otro lado…
Allí, cuando muere alguien es siempre alguien que conocemos. Y lo sentimos, porque en esos lugares la gente mayor tiene aún su puesto; no está en una casa apartada porque no queremos verla ni tener nada que ver con su debilidad y sus problemas. Por supuesto, también hay cosas negativas.
Los odios que crecen
Los odios antiguos y duraderos, por ejemplo, sí.
Nuestros dos países comparten bajos índices de lectura. ¿A qué lo atribuye?
Tenemos un pasado de dictadura en el que no se valoró la enseñanza. En Portugal eso es muy evidente. En los últimos años del salazarismo el conocimiento y la cultura eran claramente entendidos por el poder como una amenaza. Sin embargo, se nota que hay cambios muy importantes el las últimas décadas. El caso de mi familia es muy paradigmático: mis abuelas no sabían leer o escribir; mis padres tuvieron la oportunidad de estudiar durante 4 años y de aprender a leer y a escribir; yo y mis hermanas estudiamos en la universidad y somos la primera generación de siempre en toda mi familia en tener estudios universitarios. Eso es increíble e importante. Te marca la vida. Para mí, personalmente, es muy fuerte saber que mis abuelos no podían leer y escribir, mientras yo soy escritor.
Los países meridionales también compartimos una distancia cada vez mayor respecto al norte de la Unión Europea. ¿Qué podemos hacer?
Es una pena y un desperdicio que no nos conozcamos mejor entre nosotros. Pero podemos tomar consciencia de lo mucho que compartimos, de lo tanto que pasamos juntos. Hoy, los pueblos están cada vez más lejos de los centros donde se deciden sus vidas. Al mismo tiempo, dejó de ser claro quién toma las decisiones importantes. Las instituciones perderán la cercanía y se volvieran transnacionales. Nosotros, países del sur de la Europa, compartimos una cantidad enorme de características, somos más que simples vecinos. Creo que esa consciencia y una actitud conjunta y concertada pueden hacernos más seguros de nosotros mismos, más fuertes, más felices.